Silencio, nada más que silencio. En la plaza de aquel pequeño pueblo me vi rodeada por el silencio, y quise compartirlo contigo. El tibio sol de invierno calentaba mis fríos huesos. La alta torre del campanario de la iglesia dio la una del mediodía. Un abuelito pasó por mi lado y me dio los buenos días; eso era cortesía, y no lo que encontrabas en la gran ciudad. En ese pueblecito hallé pequeñas casitas adosadas; todo era quietud. El único ser que se encontraba más solo que yo era el pequeño seto, que insistente, crecía paralelo a la torre del campanario. El sol iba y venía; como yo aquella mañana fría de invierno.
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