Hoy te vi. Ibas de azul vestida por la calle. Tu sonrisa iluminaba el día.No te podía decir nada pues no nos conocíamos personalmente. Nos cruzamos y me miraste de soslayo, tenías prisa, ahora lo sé.
Pasaron los días en aquella mi vida gris, pero tú con tu sonrisa ponías la luz que yo necesitaba. Al fin, una mañana fría de enero me saludaste, y yo me sentí aliviado. Era imposible no caer rendido a tus pies y tú eso lo sabías. No se porque extraña razón entablamos una conversación que nos llevó a aquel café del centro de la ciudad, y, allí empecé a imaginar una vida contigo. Me contaste que trabajabas entre libros polvorientos y olvidados por el mundo, en una lúgubre calle próxima al Ayuntamiento. El trabajo te gustaba ya que en en los libros habías encontrado el saber del mundo. Me propusiste enseñarme aquella biblioteca tan peculiar y yo acepté encantado. Ahora sé que lo deseabas. Habías leído tu destino en uno de esos libros antiguos y en ese destino estaba yo.
Llegó el día tan esperado pero tú no apareciste y me quedé plantado en la puerta del edificio en donde habíamos quedado. Alguien me llamó y me hizo pasar a la biblioteca: era tu secretaria. Me dio una nota de tu parte. En ella me decías que el trabajo que tu realizabas era mío. No entendí nada de nada. Continuabas diciendo que no sería fácil compaginar mi vida con el saber del mundo. Me senté delante de una mesa llena de papeles amarillentos. Me tocaba a mi continuar con tu labor.
Al final te despedías: algún día volveremos a vernos. Yo iré vestida de azul, tendré prisa y te miraré de soslayo. No me reconocerás, aunque en una mañana fría de enero iniciaremos una conversación. Yo te hablaré del saber del mundo y tú imaginarás una vida conmigo.
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