jueves, 10 de octubre de 2013

Chan Chan


De Alto Cedro voy para Marcané  
Llego a Cueto voy para Mayarí.  
El cariño que te tengo  
Yo no lo puedo negar  
Se me sale la babita  
Yo no lo puedo evitar.  
Cuando Juanica y Chan Chan  
En el mar cernían arena  
Como sacudía el "jibe"  
A Chan Chan le daba pena.  
Limpia el camino de paja  
Que yo me quiero sentar  
En aquel tronco que veo  
Y así no puedo llegar.  
De Alto Cedro voy para Marcané  
Llego a Cueto voy para Mayarí.


(Letra de la canción, Chan Chan de Buena Vista Club Social)


Y me contaste esta historia envuelta en vapor de humo de velas aromáticas. Sucedió en repetidas ocasiones en una habitación iluminada por la tenue luz de veinte velas blancas perfumadas con olor a sándalo. La canción de Buena Vista Club Social sonaba en bucle una y otra vez durante toda la tarde mientras lentamente te enamorabas de aquella chica a la que acariciabas con deleite. La Habana se metió en vuestros huesos, era vuestro paraíso utópico aunque tú, nunca la llevarías a ella a ese país y no cumplirías nunca tu promesa, pues la querías solo para ti y no ibas a soportar las miradas lascivas de otros hombres.
Tú lo sabias, sabías que ella era una chica compartida; tu eras el chico malo con oficio pero sin beneficio. En cambio, el otro era un chico adinerado, de buena familia pero algo insulso en temas de sexo. Lo sabías, lo sabías muy bien que eras solo un mero juguete en manos de ella, que justamente lo elegiría a él y tu marcharías con el rabo entre las piernas - nunca mejor dicho - . 
Pero vuestros encuentros olían a sexo y pólvora disparada de vuestros cuerpos. Ella sabía poner la magia velada de la noche, la pasión descontrolada de vuestros besos, se te caía la babita, no podías negar el cariño que sentías por ella.
Poco a poco ella se alejó de ti; se acabaron las llamadas intempestivas a medianoche para propiciar un encuentro altamente erótico lleno de locura. Ella lo eligió a él, eligió el dinero, la buena vida, la vida cómoda que tu no le podías facilitar.
Años después me regalarías esta historia, para que yo la escribiera. Me contaste que la viste una tarde desde tu coche tiempo después de haberlo dejado, años tal vez. Tu sorpresa fue aún mayor cuando comprobaste que estaba embarazada y que se la veía feliz.Tu fuiste el chico malo que le dio más placer que ninguno y el que acabó siendo abandonado como un perro en la cuneta.
Viajaste a la Habana en tu madurez, y en cada rincón de la isla, sonaba la canción, pues tu la demandabas por doquier en un tributo hacia ella: "El cariño que te tengo, yo no lo puedo negar. Se me sale la babita, yo no lo puedo evitar..."

miércoles, 9 de octubre de 2013

El entierro de la sardina





He asistido a un entierro esta tarde, y todo el mundo lloraba tu pérdida. He de decir que tuve que presentar mis condolencias a la familia y explicarles por encima cómo nos conocimos. Las lágrimas caían a borbotones por mis mejillas e iba llenando pañuelos de papel de mares enteros salados. No me vestí de negro porque tu no me habrías dejado, lo encuentro lógico, el negro me desvestía el alma. Siempre preferías colores neutros, así casaban mejor con mi personalidad. Pero aquél día que te esperé sentada en la estación, me vestí de negro, como anunciando tu propia muerte y también la mía. A partir de entonces, toda la ropa que guardaba en mis armarios de ese color nefasto, la mandé a hacer puñetas. Jamás me volví a vestir de negro, en señal de duelo por ti.
En el velatorio las caras tristes se desenvolvían con total naturalidad. Yo no aguanté ni media hora allí, demasiado para mí, nadie me conocía y el calor me estaba agobiando, estaba a punto de sufrir un ataque de ansiedad. Salí corriendo a la calle a por un poquito de aire fresco, y en mi delirio creí verte bajo la sombra de un árbol sonriéndome. Creí morir por un instante y casi me desmayo. Pero me sentí reconfortada por unos brazos enormes que sostuvieron mi caída. Cuándo revisé aquel rostro hallé tu misma sonrisa, y esos ojos grandes que se perdían en el infinito. Me encontré con tu hermano, un chico algo triste por tu pérdida, que mostraba entereza porqué si él se derrumbaba, la familia caería como fichas de dominó. Cuando me repuse y recuperé el aliento, no me presenté como tu novia, pues hacía poquitos meses que salíamos juntos y lo manteníamos en secreto por tu reciente separación. Tu hermano me ofreció un café para que me subiera la tensión y lo acepté algo reticente pues quería huir de toda esa parafernalia y caminar un poco por las calles atestadas de la ciudad. Me lo tomé y apenas crucé cuatro o cinco palabras con tu hermano y me fui porque necesitaba mi soledad, sentirme sola, tomar conciencia de mis pensamientos, aprender a estar sola de nuevo, sin ti.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Ficciones





Estoy subida en una montaña, oteo el horizonte; no sé que busco, solo se que me quedaré quieta, muy quieta. Algún día tendré que bajar, pero me gustan las vistas, la suave brisa que acaricia mi pelo, el tibio sol que me calienta los huesos.
Contemplo el mundo desde mi posición, y te contemplo a ti por primera vez, tus gestos, la posición de tu cuerpo, tu sonrisa, tu mirada inquieta que a ratos evita la mía. El café me sabe bien, he bajado de la montaña para tomar un café contigo y la tarde se alarga en interminables palabras. Por un momento deseo tocarte; solo un ligero roce, una palmadita, nada serio pero sigo quieta y escucho tu voz que a veces resulta inaudible porque es calmosa y pausada y estoy acostumbrada a mis caballos desbocados internos y a hablar con rapidez.
Te contemplo y me gusta lo que veo, y la tarde se funde con el paseo que damos porque en ese momento toca ser racional y esconder en nuestro fuero interno la pasión irracional que pugna por salir. Y la terapia, oh si, la terapia, son los últimos diez minutos de la tarde otoñal. La cuenta atrás ha empezado; el tren sin frenos está a punto de chocar.

De mi puño y letra








De mi puño y letra te escribo estos versos.
 De un alma doliente que muere en la noche.
  Mi vida se convirtió en una isla sin dueño.
   Puño, que se retorcía con tu recuerdo helado de frío.
    Y guardaba con delicadeza en mis bolsillos gastados.
     Letra a letra sangraba este poema.
      Te olvidé en mis noches oscuras y sonámbulas.
       Escribo hoy porque es mejor desechar lo malo.
        Estos recuerdos no son sanos para una mente brillante.
         Versos que se diluyen como agua entre tus manos.