Hace mucho tiempo, cuando yo corría por los campos colindantes vecinos a
mi lugar de nacimiento, salve del fuego a unos lindos gatitos. El campo
se quemaba, no se si por alguna cuestión imprudente, o porque el mismo
payés estaba quemando los rastrojos y malas hierbas que le estorbaban.
Estos lindos gatitos eran de raza común europea, vamos, el gato romano
de toda la vida. Varios niños de la calle adoptamos a estos gatitos, yo
la primera por supuesto, y me quede con una hembra que bauticé con el
nombre tan original de My Lady. El hecho significativo es que cuando vi
que el campo ardía en llamas no dudé en salir pitando al escondrijo de
los lindos mininos y cogerlos de dos en dos y volver a salir pitando
campo abajo por si yo también salía quemada. Aún no se como pude tener
tanto arrojo y valentía y de verdad que no recuerdo ni la edad que
tenía, pero no me lo pensé dos veces en cuanto vi el peligro amenazador.
He de decir que ya sabía donde se encontraban porque los niños de la
calle y yo estábamos al cargo de ellos, era algo que siempre hacíamos, adoptábamos a algún animalito en cuestión entre todos nosotros, entre
ellos algún perro que otro, y así transcurría nuestra infancia,
corriendo por los campos de trigo del payés al que no parábamos de
fastidiar porque nos hacíamos casitas en el trigo y le arrancábamos los
nabos que plantaba para las vacas, o sea, muchas veces hacíamos guerra
de nabos, es decir, los hacíamos servir de arma arrojadiza y
literalmente corríamos entre nabos, por el campo... Vamos que el payés
estaba de nosotros hasta la coronilla, pero claro, eramos "tropecientos
niños" en la calle y no nos pillaba nunca.
My Lady se instaló en casa. Resulto ser una gata mala, mala de las malvadas de verdad. Tampoco tengo muy buena memoria, pero creo que un día me intento sacar un ojo. Creo que no hice mal en salvarla pero al menos me lo podría haber agradecido de otra manera. Toda mi vida a estado ligada a esos pequeños felinos a los que adoro y no se porqué. Supongo que porque son tan independientes como yo, están algo locos, van a su bola, les encanta dormir, y ojo, "no me toques mucho las pelotas que te pego un zarpazo o un bocadito y me quedo más ancho que pancho y luego vuelvo a hacerte la pelotilla y aquí no ha pasado nada, paz y gloria my friend". Otro gato auténtico que pasó por mi vida de color blanco y un ojo de cada color, he preferido olvidarlo y no me preguntéis que no respondo.
En mi casa de la infancia pasaron animalitos varios, todos llevaron buena vida, algunos no duraron ni un suspiro, como los peces que preferían suicidarse a llevar una vida en un cacharro de plástico, por mucho ambiente marinero que les pusiéramos mis hermanas y yo, decorando el fondo con conchas de la playa expresamente cogidas para tal fin.
Creo que tendría que haber estudiado veterinaria, así podría entender mejor a estos animalejos que pasaron por mi infancia y también por mi vida de adulta. Entre ellos varias decenas de periquitos, una colonia de hamsters (Cansters para una de mis mejores amigas), etc. Y no nos olvidemos de los bichos varios que también forman pate de mi vida.
Ahora tengo a mi gata Lola, "Loli" para mi.. En un principio quise llamarla "Peluso" porque creía que era un macho, pero resulto ser una "gatita adorable". Es una gata peculiar, muy suya, entrañable a su vez, que me sigue allá donde vaya. Ha sido rebautizada como "pinchita" porque ahora vive junto al Pinchi, otro gato algo peculiar. Creo que para mi hermana pequeña y para mí todos los gatos ahora son llamados pinchitos.
Y ahora está Atreyu,un príncipe de la oscuridad que se encuentra
bastante solito negro como la noche mas oscura. Sólo cuido de él por
unas semanitas y el animalito algunas noches tiene ganas de juerga y no
me deja dormir. Supongo que se cree en el derecho de hacerlo porque esta
en su casa y yo soy la extraña. Y tiene razón, está en su reino. Juego con él como hago con mi gata Lola. Por las
mañanas cuando me levanto viene a saludarme y me regala carantoñas
varias.
Jugar; es algo esencial aunque tengas ya una cierta edad. Nunca hay que perder la emoción del juego e intentar disfrutar un poco y dejarse llevar. Pablo Neruda decía: El niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre al niño que vivía en él y que le hará mucha falta": Seguiré jugando y cultivaré a la niña que llevo dentro, aunque sea en un Universo desbocado.
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