En la tarde adormecida sigo tus contornos y no me importa que sean imperfectos. Resigo tu rostro cansado, tu mueca torcida, tus arrugas desprovistas de toda delicadeza, tus manos que se confunden con las mías. Resigo un sinfín de líneas que me llevan a tu cuerpo desgarbado y voluptuoso. Amo tu imperfección que al igual que la mía, son desordenes de nuestra propia naturaleza. Aun así tengo la convicción de que somos seres perfectos pero que pasamos desapercibidos por este mundo inconstante y desordenado. La tarde languidece junto a nuestros cuerpos imperfectos y tus dedos resiguen mis curvas deshonrosas y pasadas de moda. Con todo, sigo amando el sentimiento mutuo que nos profesamos, los gestos dulces, los besos que me recuerdan los años vividos, las caricias sedosas que son tuyas y mías.
Has quebrantado
toda mi voluntad, has penetrado en mí una y mil veces en un juego infinito de
delirios placenteros. No hay rincón de mi cuerpo que no se excite con cada
acometida que me prodigas. Nuestras lenguas desbocadas se unen en una especie
de rito transmitido por los ancestros. Nuestros contornos se confunden en esa
tarde errática y melancólica.
En la tarde denostada
se unen nuestros contornos para fundirse en uno solo. Solo los buenos amantes
entienden ese momento acaecido en esa fragua ardiente, que llega a forjar un solo cuerpo majestuoso, apolíneo,
incandescente, envuelto en pura eternidad. Navego en tu cintura y en ese deleite nos
dejamos llevar hasta alcanzar un orgasmo cósmico, mezcla de un Big Bang descontrolado
henchido de un éxtasis lujurioso. Es entonces que exploto en miles de pedazos, y
los voy dejando en cada esquina recordada por ti; exploto en miles de fragmentos
que deposito en esta alcoba para que sueñen contigo. Exploto junto a ti en un
torrente de lágrimas que se derraman incontroladas; y en esa explosión
arrolladora te llevo conmigo en cada átomo de mi ser.
Y te seduzco
para que vengas conmigo – más allá al infinito – porque sé que mis contornos
ahora se desdibujan con los tuyos invariablemente.
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