Salvajemente asesinada por tu miembro he quedado muerta. Yazco entre las sábanas de seda de mi oscura habitación; estoy muerta, sin pulso, con las pupilas dilatadas y los brazos extendidos en cruz. El perfume de tu sexo impregna todo mi cuerpo, toda la habitación y me ha embriagado por completo. Salvajemente asesinada por tus besos, por tu lengua afilada y obscena que no ha dejado rincón de mi cuerpo sin estocar. En mis oídos aun puedo escuchar tus jadeos, tu dulce voz, tus palabras ingratas y estremecedoras: voy a asesinarte de placer y te abandonaré ya muerta en tu cama. Entre una confusión de cuerpos, manos y pies me asesinaste salvajemente. Yazco muerta por tus continuas penetraciones. Ya nunca más volveré a recobrar el aliento; te lo llevaste contigo y me avisaste pero yo no lo creí.
Llegaste como un vendaval a mi vida y te
fuiste destrozándolo todo como un tornado furioso y dejaste mi vida desordenada
y confusa. Y para acabar de rematar tu violencia innata, yazco ahora muerta
entre mis sábanas de seda. Lo preparaste todo a conciencia, tu coqueteo
estúpido, el aleteo de tus pestañas como inútil mariposa, tu sonrisa torcida y
anacrónica, tus ojos oscuros y profundos, tu aliento ácido y tu saliva
caliente…
Pensé estar contigo en el paraíso, pero
lo que no sabía es que acababa de abrir la puerta a los infiernos, intenté
escapar, pero no me dejaste, me abrazaste fuerte y me hiciste sentir como una
niña miedosa. Pasamos tardes calientes y bochornosas en el infierno con las
manos entrelazadas, yo cabalgándote desaforadamente y tú con las manos en mi
cintura pidiéndome más.
Cuando
por fin escapé, y volví a retomar mi vida, no lo aceptaste y te llevaste mi
alma, porque mi cuerpo ya no te pertenecía, ya no me pertenecía. Es por eso que
yazco muerta entre mis sábanas de seda. No supe ver tus ojos de diablillo
travieso…
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