De pequeña cazaba mariquitas para verlas volar; las cogía y dejaba que recorrieran mis manos hasta llegar a la punta de mis dedos y era en ese instante que abrían sus alas y me abandonaban emprendiendo el vuelo hacia la libertad. Nunca llegué a capturarlas para verlas morir, o torturarlas, sólo lo hacía para verlas volar. Me gustaba seguir el recorrido que hacían en mi piel y sentir el pequeño cosquilleo que me producía aquel insecto tan minúsculo.
A veces creo que por instantes de placer he sido engañada y mi alma arrancada y vendida al diablo. He sido la única para ti el tiempo suficiente para que me utilizaras a tu antojo y me hicieras volar como esa pequeña mariquita. Yo posada en tus manos, recorriendo tu piel, ansiando la libertad de tu cuerpo.
A veces creo que he muerto por instantes de placer, anidada en tu pecho, enredada en tus brazos, perdida en tu boca. Enraizada en tu cama sin salir de ella cada noche, acudiendo a la llamada señorial de tu figura imponente.
A veces creo que un instante de placer es verme mojada por la lluvia, porqué así nadie sabe que lloro y las lágrimas se confunden con el el agua regada por las nubes y aflora el diluvio que existe en mi interior.
A veces creo que no existen los instantes de placer, que son sólo puro espejismo, como tus ojos, tus manos, tus necesidades ingratas hacia mi, tus mentiras compasivas, tu huida hacia ninguna parte y sin vuelta atrás.
A veces creo que muchos amantes, por instantes de placer, ponen su vida en refugios llenos de falsedades; ponen su vida en entredicho y se diluyen en el tiempo para ser solamente corderitos huyendo del lobo.
A veces creo que ya no creo ni en instantes de placer, ni en la verdad de tus historias, ni en estrellas pérdidas ni en puñetas varias.
A veces creo, no en eso no creo sólo a veces, creo en mi misma y en los instantes de placer que aún me quedan por vivir, aunque crea que todavía están por llegar, los verdaderos, los que se quedan eternamente aquí, conmigo.